Fuente inagotable de boleros, poesías y pequeñas prisiones con barrotes de resentimiento, la soledad camina sobre la línea delgada entre ser una convicción y un defecto.
La pandemia actual ahondó clavó una fuerte estaca en el corazón de esta sociedad vampírica, feliz de extraerte la vitalidad con engañosos avisos de neón sobre la libertad individual y el desapego. Antes de aislarnos podíamos elegir entre ocultar nuestras verdaderas necesidades o exhibir una vida controlada por las 'selfies'. Pero cuando la cámara se apaga solo somos nosotros, mirando fijamente los libros de un estante, la ropa que hace meses no tocamos o la intensa luz de una mañana soleada acompañada de un inexplicable frío.
Todas las sensaciones se alborotan cuando estamos solos por convicción. Algarabía, estupor, incertidumbre...Se viene a la mente una lista de tareas que agoten febrilmente el paso de las horas. En mi caso, experimento una curiosa involución digital. No tengo alma de 'tiktoker' y soy torpe con la cámara. Encuentro confort en el audio, en escudriñar clásicos de la cultura popular de los últimos 80 años. Y muchas conversaciones sobre esos temas mueren antes de nacer.
Para los que consideran la soledad no como una decisión consciente sino un defecto se solazan en indicar todas las causas probables de la situación: de un simple malgenio a un psicópata en potencia. Y que si uno cediera un poco se rodearía de leones y corderos comiendo hierba amigablemente. La solución es, entonces, juntarse. Otra persona resolverá el caos.
¿Y existe un caos cuando elegimos estar solos? Desde luego no es una parranda eterna, pero no es tampoco el retrato de un cuerpo que se consume de amargura. Tenemos deudas, ansiedades, ganas como todos los demás. Nos despertamos sobresaltados en mitad de la noche, compramos lo justo para un almuerzo y resulta que nos alcanza para la cena. Confiamos en nuestro pobre criterio para distinguir un escalofrío de un mal mayor. Cuando trabajamos también nos abruma el peso del silencio. Cuando quedamos desempleados escribimos por todos lados, como si la casa fuera nuestro Alcatraz privado. Cuando queremos contacto físico nos basta digitar en un navegador cualquier deliciosa barbaridad que alguien grabó en épocas más alegres. Cuando no queremos hacer o pensar en nada nos visitan los fantasmas del mañana, porque infortunadamente el tiempo no se detiene al cerrar los ojos.
Vivir solo en pandemia deja muchas lecciones de supervivencia, algunas de manual de autosuperación. Al final de cuentas palpita con mayor o menor intensidad el deseo de expresarse, para que alguien más sepa de uno.
¿Qué han descubierto y aprendido de ustedes mismos, los que viven en soledad durante esta época? Los que comparten con familiares o parejas, ¿anhelan un poco de privacidad?
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