Hay hechos que usualmente revelan la tedencia hacia la cual se orienta el pensamiento de una sociedad. De esa manera se advierte el espectro en el cual se ubica -desde luego en una generalidad- lo cual orienta el futuro de discusiones, percepciones y alternativas de solución a los problemas que plantean.
El aborto, la diversidad sexual, la violencia de género, cualquier conversación de índole religiosa, deportiva o sexual y la política suelen encender las más enconadas pasiones. Antes, pensar diferente era sinónimo de marginamiento, señalamiento y, en el peor de los casos, muerte. Una o varias ideas se convertían en una verdad revelada, se imponían y eran hegemónicas hasta que alguien llegaba a controvertirlas. Ahora...es casi igual, solo que gana por nocaut la práctica del 'escrache' o linchamiento público. Volvimos a la época de los bandos, los que reclaman para sí la autoridad y, de cierta forma, la verdad.
En ese contexto lo sucedido con la medida de aseguramiento contra el senador y expresidente Álvaro Uribe Vélez me regresa a la sensación causada por el plebiscito por la paz impulsada su sucesor, Juan Manuel Santos, o a épocas similares plagadas de intransigencia y superioridad moral. Si somos uribistas entonces "despidamos mamertos". Si somos antiuribistas "arruinemos negocios uribistas". Y quien se ubique en el radar por manifestarse en uno u otro sentido será vilipendiado hasta la saciedad por la facción opuesta.
En medio de un encierro indefinido los extremos afloraron casi como una obsesión patológica. Algo es cierto: la procacidad, la vehemencia y la intensidad del odio no crea distinciones entre los bandos. De un lado y del otro se rebaja el debate a vulgaridades, amenazas y acoso "porque así son las cosas". No hay explicaciones, contextos o puntos de vista que no recurran a madrazos como justificaciones. Necesitamos ser viscerales para odiar en la frecuencia que nos pongan. A desear la muerte a los victimarios o descalificar a los que buscan justicia. Como no sabemos en qué terminará el asunto exudamos violencia para anticipar el final. Y los acusados bien pueden victimizarse o crear el siguiente golpe de efecto.
En este momento las cosas deben seguir su curso, ojalá libres de presiones y con la claridad suficiente para sancionar o exculpar a todos los implicados. Si se debe mantener un reclamo hasta el último capítulo de nuestra ensangrentada historia es justamente el de la revelación de la verdad para tante gente que se le ha ido la vida exigiéndola. Es la prerrogativa fundamental con la que uno pudiera soñar porque estoy convencido que nos faltará tiempo para dar el siguiente paso: la reconciliación.
Ese es el país en el que vivimos. Lleno de desconfianza por todo. Por la justicia que hace su trabajo, por los reclamos de víctimas, por las evidencias del desastre, por la pericia de los abogados defensores, por los periodistas serviles o los acuciosos, por los atajos para burlar nuestras propias normas, por el tamal envuelto... Nuestras discusiones como nación se enredaron en el protagonismo de quién habla más y bien duro. Ignoro cómo nos vamos a recuperar de todo esto, pero en lo que me toca estoy aburrido de que las primeras planas en los medios, las tendencias en redes y los diálogos privados solo palpiten los resentimientos. Que nuestra razón de vivir sea anular al otro, eliminarlo, como si eso nos regresara a un estado original donde solo contamos con algunas personas que piensan "como nosotros". Algo en el universo nos tiene demasiada paciencia antes de que un mal más devastador acabe con lo que queda.
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